jueves, 7 de noviembre de 2013

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Había abandonado Bogotá muy joven, después de su primer curso en la facultad de periodismo. Dijo que por amor, pero uno no sabe ya si el amor fue la causa o el pretexto para salir de casa.  Acabó en Buenos Aires, donde se ganaba la vida de camarera mientras cursaba estudios de literatura y arte. Poco sé de aquellos días más allá de su sonrisa, del brillo de sus ojos en cada foto que me mostró. A Londres se fue por despecho,  a Londres llegó por un regalo, por la generosidad de un profesor de universidad que con acento de Oxford le había dado lecciones de inglés entre partida y partida de ajedrez. Mueve ficha, sal de aquí. Coge el dinero, ya me lo devolverás.
Trabajaba de mesera en un bar de copas cerca de Islington. Le quedaban apenas unos meses para que expirara su visado y había decidido dejar el trabajo, coger todo el dinero que había conseguido ahorrar en dos años y viajar por Europa. Primero París, luego Barcelona, finalmente Madrid.

Iván me avisó un par de días antes que vendría una chica colombiana a dormir a casa. Y es curioso, pero lo primero que sentí fue rechazo. Él no la conocía de nada, tan sólo de una página en la que uno ofrece su sofá, su cama o una simple taza de café. Y a mí me parecía bien,  pero habíamos tenido muchas visitas días atrás y necesitaba estar un tiempo tranquilo, sin tener que abrir la puerta del salón y encontrarme a alguien ajeno.

Durante los cinco días que estuvo en Madrid apenas nos vimos. Y si nos vimos nos vimos  dos minutos, lo justo para ser cordial con una persona extraña que andaba lejos de su hogar. Y mientras todos mis amigos se pasaban el día repitiendo lo simpática que era Isabela, lo divertida que era Isabela, lo maravillosa que era Isabela, yo trataba de evitarla, de mostrarme distante, de negar la grieta, de negar que podía desear a otra mujer que no fuera Estrella.
El último día que estuvo por la ciudad, la acompañé a sacar un billete de bus para Granada y caminamos cerca de casa hablando de literatura como si supiéramos de qué hablabamos. ¿Has leído a Miller? ¿Te gusta Kerouac? Estoy leyendo a Hemingway en inglés. Tienes que leer a Celine. Cuando lleguemos a casa te enseño algo que escribí hace tiempo.

Nos despedimos con un simple abrazo. Le deseé suerte en su viaje. Cuando se cerró la puerta, yo ya estaba sentado junto a Estrella, decidiendo si descongelábamos un tupper de su madre o si mejor hacíamos unas croquetas con el cocido del día anterior.

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